Comencemos con una definición
extrema de la globalización para después tener una idea
de su alcance histórico. La
globalización sería entonces el proceso de la totalmente libre
circulación de mercancías,
capitales y factores de la producción entre los países del mundo.
Los países intercambiarían
profusamente sus producciones, a los que le sobra capital lo
invertirían en los países que
tengan mayor escasez del mismo y lo remuneren mejor y todos
los factores circularían sin
barreras entre las fronteras nacionales. Se daría un proceso de
convergencia en las
remuneraciones de los factores y en el crecimiento económico de los
países. Habría una sola moneda en
el mundo llamada The Globe.
A partir de esa definición se
estaría lejos aún de la globalización, a pesar de que durante los
últimos 25 años se dio un giro
notable del intervencionismo económico hacia el liberalismo
en buena parte de los
países del mundo. El autor David Henderson argumenta, sin
embargo, que no es cierto
lo que afirman los críticos de la globalización, a saber que el
liberalismo económico, bajo el
patronazgo de la derecha política, se ha vuelto la influencia
dominante en el mundo pues
subsiste con elementos muy anti-liberales dentro de las
ideologías de los gobiernos y
especialmente en la que cree el público de los países
avanzados. (Anti-Liberalism
2000)
El meollo político del asunto
está en considerar si la integración en la economía mundial
para los países pobres es
“destructiva y empobrecedora”, como lo sostienen Luis Jorge
Garay y la novísima izquierda, o
si tal proceso contribuye en alguna medida a construir una
sociedad mejor y a profundizar la
acumulación de capital de los países que logran insertarse
disciplinadamente en los mercados
internacionales de bienes, servicios y de capital.
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